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lunes, 26 de agosto de 2013

Estudio en escarlata

"Te lo has sacado de la manga". Para un mago, quizá sea un halago. Pero para mí, en pleno montaje de mi historia, fue una indicación clara de que algo no funcionaba bien. Pretendía sorprender, descolocar, por supuesto; que llegado a cierto punto el lector soltara "Ah, claro" al encajar las pistas. En ningún caso ese "No me lo veía venir" que se repitió con el primer borrador de la novela.


Desde que se lo dejé leer a los amigos más cercanos, admiro más que nunca a los buenos escritores de novela policíaca. Cómo consiguen despistarte. Es cierto que si lees de un tirón todos los relatos de Sherlock Holmes, acabas por adivinar los trucos de Arthur Conan Doyle, te adelantas a la solución. Pero hasta ese momento, has disfrutado del placer de que el final siempre te coja por sorpresa. La satisfacción de saberte tonto al no ser capaz de ver que todas las pistas las tenías delante. Tú también podrías haber resuelto el caso pero, claro, tú no eres Sherlock Holmes. El autor ha triunfado con su obra de orfebrería.

Y eso que parece tan fácil cuando funciona en los textos de otros, en realidad exige toda una serie de ajustes al escribir y planificar la historia. Es lo que he descubierto estos últimos meses. Lo que para mí era obvio, para un lector que parte de cero en el mundo que he creado, puede ser confuso o banal. Él sigue leyendo, ajeno a todas las pistas que intento darle y llegado el momento no entiende de dónde salen los nuevos sucesos. Una fiesta de Carnaval al girar la esquina en pleno agosto.

Viviendo cada día con mis personajes, perdí la perspectiva de mi propio texto. Como cuando la conversación viene y va en una fiesta y bromeas sobre un tema que los demás habían olvidado. Te miran como a un loco. Para cuando terminas de dar explicaciones, el chiste ya ha perdido su gracia. La tentación ante esos "Te lo has sacado de la manga", fue irme al extremo, ser obvio desde la primera página. Tampoco funcionó. Tuve que seguir ajustando para que la sorpresa fuera eso y no fuegos artificiales que explotan antes de tiempo.

Escribir es seducir. Tienes que desabrocharte dos o tres botones de la camisa. Ninguno más. Enseñando todas tus cartas demasiado pronto, se perdería el misterio. Nos gusta que nos embauquen lo justo, no que nos mientan ni que nos remarquen lo que ya habíamos entendido. Hay que dosificar la información. Píldora a píldora. Y en el balance entre decir mucho y demasiado poco, ocurre la magia. La sonrisa de complicidad, las manos cogidas, la cama.

2 comentarios:

Fernando Bside dijo...

Me ha encantado el concepto de escribir como seducir, porque es verdad, y el problema fundamental es que algunos autores no saben seducir al público, son un poco como Miley en los últimos MTV VMA. Espero que pronto que "El mar llegaba hasta aquí" comience a seducir a mucha gente, será como una relación colectiva entre mucha gente.

Alex Pler dijo...

Miley es el claro ejemplo de lo que no hay que hacer nunca. Pero como con todo, se puede ir aprendiendo. Al principio te quedas corto, luego te pasas. Vas ajustando. Al libro aún le queda un largo camino para ejercer de seductor, soy consciente.

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