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viernes, 25 de abril de 2014

Hablemos de langostas

No se me dan bien los diálogos. Al menos, siempre lo he pensado. Si algo admiro de la trilogía Antes del amanecer es su forma de presentarnos a los dos personajes solo con sus conversaciones. Puedes ver esas películas mil veces y siempre notarás nuevos matices en las frases que intercambian Jesse y Céline, muchas capas tras las que se esconden para seducir al otro. Unos diálogos que suenan naturales pero están perfectamente construidos.


Esa naturalidad llevo persiguiéndola desde que hace años, el guionista de una popular serie de televisión, me soltara al leer un texto mío: "así no habla la gente". Y tenía razón. Me desternillo con las pomposas frases de los personajes de Oscar Wilde y Terenci Moix, claro, pero con ellos siempre noto que está hablando el escritor, no el personaje. En cambio, me arrodillo ante libros como Fin de David Monteagudo, donde maneja discusiones de un grupo de amigos y están tan bien caracterizados que siempre identificas las voces. También me pasa con Javier Montes: además en su caso ya no son solo las conversaciones: le basta un gesto para definir a sus personajes y las relaciones que existen entre ellos.

La madre se cuelga del brazo, dice una frase familiar y yo pienso: "Me gustaría escribir así". Porque los buenos diálogos, como las buenas descripciones, permiten asomarte al alma de alguien. No debería ser tan difícil, bastaría con transformarse en grabadora: dejar que los personajes hablen, interactúen, se delaten con lo que dicen, y transcribirlo para que también lo digan en la novela. Si algo tengo claro desde el principio es que mis personajes dirán, pero nunca aducirán, sopesarán, replicarán, argüirán. "Así no habla la gente". Mis amigos, al menos, no aducen: dicen. Como mucho gritan, responden, susurran.

Cuando empecé a escribir El mar llegaba hasta aquí, confieso que evité las conversaciones todo lo que pude. En las primeras páginas aislé a Leo, el protagonista, y aproveché esa soledad para que las únicas líneas de diálogo estuvieran intercaladas con el texto a modo de flashbacks. A lo tonto, esto me sirvió para realzar la aparición del otro protagonista, Adán: el diálogo entre ambos es el primero de toda la novela y parece importante aunque en el fondo, lo que se dicen es tonto. Las tonterías de una primera cita. Porque todos querríamos ser Jesse y Céline, pero al final hablamos de nuestras cosas sencillas. También Leo y Adán.

Escribí ese primer diálogo y vi que había sobrevivido. Así que me atreví con otros. De repente, mis personajes tenían voz y voto, se mostraban tal como eran en mi cabeza. Quizá no haya cosas que no sepamos hacer sino retos aún por superar. Así, con el manuscrito a puntísimo de llevarlo al registro, me propuse el reto definitivo: convertir uno de los capítulos más descriptivos en puro diálogo. Es el capítulo 8, se titula Redes y en él, Leo va a la discoteca con su amigo Javi para que le amaestre en el noble arte del ligoteo. Y sí, en las discotecas bailamos, pero de noches así yo recuerdo sobre todo esas ganas de hablar para cambiar el mundo mientras movemos el culo al ritmo de Jennifer López. Y fue justo lo que intenté plasmar. Al final, este diálogo de ocho páginas es el capítulo que más me ha divertido escribir. Una pausa frívola, necesaria antes de lo que ha de venir después.

Tanto me gustó la experiencia que en el siguiente proyecto que empecé, la mitad del texto son diálogos. En la mayoría de los casos ni siquiera usé acotaciones. Dejé que los protagonistas hablaran sin interrumpirles. ¿Acabaré escribiendo una novela que sea solo hablada, en plan El beso de la mujer araña? El tiempo dirá. Por ahora, tengo ganas de que sean Leo y Adán quienes hablen en público. Sé que quizá la gente no habla así, pero ellos sí.
—A los guapos se os perdona todo. Un mal afeitado, un desprecio, una llamada que nunca llega. Todo.
—Eso se les perdona a los amigos, ¿no crees? Tengo la suerte de tener buenos amigos. Como tú.
—No sé si serían amigos tuyos si no estuvieras bueno. Todos esos tíos descamisados que tienes en Facebook.
—¿Lo serías tú?