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miércoles, 21 de mayo de 2014

El Alquimista

Lo mío no son los colores. No es que sea daltónico, pero nunca distinguiré el lila del violeta o el burdeos del mero granate. Y aun así, sé que cada color tiene una tonalidad única. Como las palabras. Parte de la gracia de escribir consiste en elegir la palabra exacta. Acariciar, rozar, palpar, toquetear: sinónimos de un mismo gesto, pero con intenciones muy distintas. Demasiado a menudo pasamos por alto esta riqueza del lenguaje.


No se trata de tener un diccionario de sinónimos al lado del ordenador para elegir siempre el más raro de todos. No. Solo hay que decidir cuál es la única palabra capaz de mostrar la imagen tal como la viste en tu mente: esa que transmite todos los matices. Y repetir el proceso escena a escena. La suma de todas estas decisiones dará forma a un poema, un cuento o una novela.

A veces lo que falta es una frase entera para pintar la escena tal cual la imaginaste. Por ejemplo, en el capítulo 1 de El mar llegaba hasta aquí, el ex-novio del protagonista le confiesa sus infidelidades a Leo y así recogí ese momento en la primera versión:

Detalló infidelidades, enumeró sus motivos. Lo solo que se había sentido. Las ganas de experimentar. Me limité a pestañear, como si le comprendiera.

Al releer el párrafo, en mi opinión reflejaba cierta resignación por parte de Leo. Y además, dejaba al ex-novio como alguien sin tacto, el único responsable de lo sucedido. Creo que en una ruptura las cosas nunca son así, ni en la vida real ni en mi novela. Hay claroscuros y por eso, en el texto final incluí esta frase:

Detalló infidelidades, enumeró sus motivos. Lo solo que se había sentido. Las ganas de experimentar. Quise arrancarle las pecas de las mejillas, pero me limité a pestañear, como si le comprendiera.

Con ese arrancar (y no arañar a secas) quería expresar la rabia contenida del protagonista: no lo hizo, pero estuvo a punto. "No es tan paradito como parece", vengo a decir. Por otra parte, confío que esas pecas de las mejillas dibujen en el lector un rostro aniñado e inocente de Pedro que no es el que asociarías de primeras con alguien infiel. "No era tan malo". Es solo un destello y seguro que muchos lectores ni siquiera lo percibirán, o lo interpretarán a su manera.

Disfruto con este juego, la verdad. Cuando escribo y sobre todo cuando reviso. Sopesar, matizar. Perfilar la piedra hasta que se vuelve escultura. ¿Qué sentirá el lector al tenerla delante? Otro juego. Los textos pasan de mano en mano, de unos ojos a otros, y para todos significarán algo único. Como si por un momento solo te hablaran a ti y solo tú pudieras comprenderlos.

lunes, 12 de mayo de 2014

Ánima

¿De qué trata tu novela? Te lo pueden preguntar mientras la estás redactando. Te lo pueden preguntar después, cuando ya está terminada. Y siempre cuesta responder, porque en tu cabeza hay tantas líneas de diálogo que no acabaron en sus páginas, tantas escenas clave, tantos momentos de los que estás orgulloso, que podrías decir que tu novela va de mil cosas y aún te quedarías corto. Pero no: solo va de una. Y para saber de qué, tienes que escribirla. Empiezas escribiendo una novela de vampiros y acabas escribiendo la historia de una búsqueda: amor, vocación, identidad.


En un reality show de escritores que se emite en Italia, una de las pruebas era defender un manuscrito delante de un prestigioso editor. Tenían un minuto para contarle de qué trata su libro. Me parece una de las cosas más difíciles; no diré que resumir una novela en apenas ocho o diez líneas cueste tanto como escribirla y pulirla, pero casi. Yo tuve que hacerlo para uno de esos pasos a los que tienes que enfrentarte sí o sí cuando pretendes llegar a publicar algún día: la propuesta editorial. En una o dos páginas tienes que vender tu libro, convencer a alguien para que no solo lo lea, también que invierta dinero.

Hay guías como Marketing para escritores, hay plantillas, hay consejos contradictorios... y aunque intentas seguirlos al pie de la letra, piensas si haciéndolo no se estará perdiendo lo más importante de tu historia: el alma. Pero es que en este paso, el cariño hay que dejarlo a un lado (por duro que suene). Tienes que ponerte el traje de vendedor, ser sincero, no desvelar más de la cuenta y dejar que sea el lector quien extraiga sus propias conclusiones. Porque esa es otra: una misma historia la habla de forma distinta a cada persona que lo lee. Por eso, quizá recomendaría que a la hora de redactar la sinopsis nos ayude más gente. Ello verán con mayor objetividad nuestro libro, incluso pueden aportar ideas.

Hace dos meses, por ejemplo, un amigo me pidió que valorara la sinopsis que estaba redactando para su segunda novela y aunque yo no la había leído todavía, me bastó con recordarle las cinco o seis palabras con las que me la había "vendido" una noche que me habló de ella. Igual contribuyeron los gin-tonics, pero en ese momento, con tan poco, apenas una pincelada, sentí la necesidad de leer el libro. Es el efecto deseado de una buena sinopsis. Invitar a descubrir, no formar una imagen exacta e inequívoca en la mente del lector.

Con mi libro La noche nos alumbrará, he ido cambiando sobre la marcha su descripción y de hecho, nunca estuve seguro de cómo definirlo ni en qué categoría debía clasificarlo. Y es que, ¿cómo diseccionas un recopilatorio de textos de un blog? No es ficción, no son artículos periodísticos, no es un libro de autoayuda. Fui probando combinaciones hasta que varios lectores me lo definieron como pequeños cuentos. Y opté por ahí. Sin ellos nunca lo habría valorado así. Supongo que, en el futuro, será una de las cosas buenas de contar con un editor que trabaje codo a codo conmigo: me ayudará a ver mi novela con ojos distintos. Más sabios, más comerciales, más seguros. Quizá solo entonces descubra de qué trata realmente El mar llegaba hasta aquí y podré explicároslo.

jueves, 8 de mayo de 2014

Metafísica de los tubos

Cada historia tiene su propia estructura. Capítulos largos o cortos, flashbacks, partes diferenciadas: es algo que vas descubriendo sobre la marcha, a medida que escribes. En general, me gustan las novelas con capítulos muy breves que te invitan a leer uno más, y otro, y otro. Pero desde el principio intuí que El mar llegaba hasta aquí no sería así. Porque el protagonista iba a resolver un problema o situación al final de cada capítulo y para desarrollarlo de esa manera necesitaba más espacio (más páginas). Se me ocurrió que podía convertir los capítulos en pequeños cuentos que formaran parte de una misma historia.


De lo que piensas a lo que escribes hay un mundo. Lo de los cuentos sonaba bien en mi cabeza, pero me había puesto a escribir una novela, así que la historia acabó expandiéndose por todos ellos, vinculándolos. No podía ser de otra manera. A ratos, la novela parecía plastilina en mis manos. Plastilina de distintos colores: te da miedo mezclar fragmentos que escribiste en momentos muy diferentes, hasta que no queda otro remedio, y mezclas y mezclas para que la masa adquiera un color único y una forma característica.

Fue gracioso ir probando cómo funcionaban mejor algunos capítulos. Buscar el contraste a veces, la fluidez otras. Situar a conciencia algunos ganchos (cliffhangers) para arrastrar al lector hasta el desenlace. Los finales sorprendentes están muy bien, pero solo los disfrutan quienes llegan a ellos. Y yo quería que a mi final llegaran todos los lectores. Así que, aunque la mayoría de manuales recomiendan situar el clímax de la historia a pocas páginas del desenlace, yo situé una de las escenas clave justo a la mitad de la historia. Una conversación que, si todo va como espero, el lector estará esperando para que cambie el curso de la novela. Y lo hace, pero no de la forma en que uno esperaría.

Es un clímax prematuro. Casi serviría de final de la historia, pero ocurre a 2/3 del verdadero final. Quedan 50 páginas por delante. Es entonces cuando levanto el telón y digo: en realidad mi novela habla de esto. Claro que no calculé bien y en las revisiones tuve que esmerarme para que lo que venía después de ese falso final estuviera a la altura. "Esperad, esperad: ¡no os vayáis todavía!": creo que un escritor se pasa media vida exclamando esto. Tiene que enganchar en cada frase, en cada capítulo, en cada parte de la historia. Enganchar, convencer, seducir: yo no estoy seguro de haberlo logrado, pero tras jugar con todas las piezas de que disponía, sí creo que les he dado la mejor forma posible para, al menos, intentarlo.

Enternece mirar ahora los primeros esquemas. Me obsesioné con ajustar la historia a 13 capítulos por algo tan aleatorio como que el 13 es mi númro favorito, pero los personajes querían respirar, tener tiempo para hablar, relacionarse, viajar. En el primer borrador llegué a 19 capítulos y finalmente, tras muchas podas y reestructuraciones, El mar llegaba hasta aquí tendrá estos:

1: Náufragos
2: Faros
3: Remolinos
4: Salvavidas
5: Rompeolas
6: Barandillas
7: Lagos
8: Redes
9: Acuarelas
10: Perlas
11: Ceniza
12: Sushi
13: Eclipse
14: Tierra
15: Estrellas

No conseguí mis 13 capítulos soñados pero, cosas del azar, mi favorito (Eclipse) sí es el nº13. Mi deseo es que el lector navegue del capítulo 1 al 15, que siga leyendo página tras página aunque algunas cosas le descoloquen, y que llegado al final, se sienta recompensado por haber seguido a Leo en este viaje. Todos somos náufragos pero solo algunos contemplan las estrellas.