Este blog se ha trasladado, buscando el nuevo blog...

miércoles, 28 de agosto de 2013

El retrato de Dorian Gray

Los personajes tienen vida propia. Tópico entre tópicos de los escritores. En mi caso, no hay mayor verdad. Para empezar, porque no los creo a partir de fichas. Es lo que recomiendan en todos los manuales de escritura: ordenar toda la información acerca de los personajes, edad, biografía, carácter, forma de hablar, intenciones y deseos, etc. Una cómoda ficha para consultarla en cualquier momento. Siempre lo intento, pero al segundo personaje ya me he aburrido y lo dejo a medias. Me digo que tengo las fichas en mi cabeza, pero no es verdad. Como los Gremlins, acaban campando a sus anchas, traviesos y a menudo ajenos a la historia que les tenía reservada.

Almuerzo a orillas del río de Pierre Auguste Renoir.

A modo de ejemplo: Ruth de El mar llegaba hasta aquí. Es un personaje muy secundario, la compañera de piso de Adán (el personaje del que el protagonista se enamora). Creo que Ruth solo aparece en dos escenas, pero quería que al lector le cayera mal desde el primer momento. La describo así cuando el protagonista llega a una fiesta y ella le recibe:

Ruth fingió que me reconocía, me saludó efusiva, hola, hola, llegas a tiempo, mientras en la cabeza hacía inventario de todas las personas que yo podía ser y no era. Y entonces, a medio pasillo, se giró con una mezcla de curiosidad y desconfianza, como si pudiera ser un vecino cotilla. Y me preguntó aquello, quién eres, todo lo borde que pudo y más. (...) Ruth era minúscula. Sus muñecas huesudas siempre se movían porque siempre estaba alterada y siempre parecía a punto de morder el aire con su dentadura de caballo. Aquella tarde entendí por fin por qué salía con la boca cerrada en todas las fotos que había visto repartidas por el piso.


Me inspiré en una jefa que tuve hace cosa de 10 años, cuando era teleoperador. La típica coordinadora que era todo sonrisas pero te hundía en cuanto tenía oportunidad. Siempre le vi un punto de Alien a su dentadura y para cuando necesité un personaje antipático, pensé en ella. Ni lo dudé. Pero cómo es esto de escribir, que en la siguiente escena importante que Ruth comparte con el protagonista, las cosas se ablandan entre ellos. No diré que se hacen amigos, pero sí derriban muchos muros y se abrazan en la distancia. Nada más lejos de mi intención inicial. ¡Si yo quería vengarme de aquella jefa!

Y sí, lo confieso: creo mis personajes a partir de gente que he conocido. En la mayor parte de los casos, desde el cariño. Todos los personajes importantes de la novela están hechos a partir de pedazos de amigos y conocidos: sus grandes gestas, con las que he aprendido, y todos esos detalles insignificantes en los que no puedo evitar fijarme y que supongo que los describen. Crearlos ha sido un poco como jugar a ser el doctor Frankenstein, porque no me limito a que X personaje sea Y persona real, eso no tendría ninguna gracia. Mezclo, modifico y por supuesto, invento, porque al fin y al cabo la novela es ficción y necesito comportamientos y actos nuevos. Marta, la mejor amiga del protagonista, es la suma de hasta 7 personas de mi alrededor, puestas en una coctelera y añadiendo unas gotas de limón para que al final, Marta sea Marta, y nadie más.

Manejando las vidas de tus personajes puedes jugar a ser Dios, pero ellos siempre se rebelan. No me gustan los escritores que los matan porque sí o que les obligan a hacer cosas que no quieren. Eso al final se nota. Cada personaje es un actor o actriz, tiene su papel, y solo ellos lo conocen. Tú vas descubriéndolo escena a escena, sorprendiéndote y desplegando a su paso la alfombra, la cámara, el micrófono, los focos para que puedan lucirse como merecen. Eso es lo mejor de algunas relaciones: cuando crees conocer a alguien y sigue sorprendiéndote para bien.

2 comentarios:

Smooth Criminal. dijo...

Qué interesante lo que propones aquí. A mí también me pasa, he de reconocerlo. Tengo un personaje de una canción que empezó siendo una cosa y acabó siendo otra distinta, y al final evolucionó tanto que se convirtió en una especie de moraleja propia. Adoro cuando los personajes se crean ellos solos, cuando a partir de lo que tú quieres crear y hacer de ellos, se plantean historias diferentes, personalidades diferentes. Es la magia de escribir.

Alex Pler dijo...

A los padres les debe de ocurrir algo parecido cuando el hijo llega a la adolescencia y se pone peleón, coge las riendas de su vida... pero luego llegan a la madurez y les contemplan con orgullo. Han creado una persona que merece la pena y aporta cosas.

Parece mentira todo lo que puede latir en unas cuantas palabras juntas.


De tu personaje, he leído cosas en el blog, creo. ¿Alice?

Publicar un comentario