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lunes, 10 de marzo de 2014

Las mil y una noches

"Haz caso, escucha bien." Si alguien me pidiera consejo a la hora de revisar o dar a conocer su obra, este sería el único que le daría. Y lo diría desde el reconocimiento de ser alguien que no siempre sabe escuchar. Hay que hacer caso a los consejos de otros y también mantenerte fiel a tu obra. Parece contradictorio, pero diría que en ese cruce de caminos está la X del mapa del tesoro.


Todo se puede mejorar. En especial, ese manuscrito en el que llevas tanto tiempo trabajando. Mientras lo escribías, llegaste a creer que sería el mejor del mundo, y así debe ser, porque si algo no te entusiasma, ¿para qué lo escribes? Pero luego llega la revisión. Las revisiones, la auténtica odisea: pulir y pulir y seguir puliendo hasta que de puro desgaste, la piedra brilla. Es mejor revisar en frío: guardar la obra en un cajón y solo volver a ella cuando tus ojos sean lo más parecido a los de un lector virgen. Entonces tacharás sin piedad todo lo que no sirva y se sorprenderás ante las frases bien escritas, que también las habrá, igual que te sorprenderías de un libro que acabas de coger de la mesa de una librería cualquiera.

Me produce mucha ternura cuando alguien pone, generalmente en Twitter, que ha empezado a escribir una novela y que calcula que en cosa de 6 o 12 meses podrá moverla por editoriales y concursos. Ternura porque yo también hice mis cálculos con El mar llegaba hasta aquí y al final, si lo pienso, he pasado más tiempo revisándola que escribiéndola. Si es que revisión y escritura no son lo mismo, en realidad.

El primer borrador tardé menos de 4 meses en redactarlo: de Agosto a Noviembre de 2011. Fueron noches intensas donde las palabras fluían solas. A lo largo de Diciembre lo pasé a limpio y durante año y medio estuve revisándolo, hasta que por fin, plantándome ya en Mayo de 2013, imprimí el manuscrito, lo llevé al Registro, lo mandé a los amigos y me armé de valor para mandarlo también a agencias literarias y editoriales diversas. Entre Julio y Agosto, animado por las opiniones de esos primeros lectores, modifiqué algunas cosas, muy pocas y muy pequeñas, y entonces consideré que después de dos años de idas y venidas, ya estaba bien de cambios y el mar se quedaría como estaba. Había partes que aún se podían mejorar, pero me sentía cansado y no me creía capaz de enderezarlo más. Aquella era la mejor novela que yo podía escribir. Fin.

Como sea que en ninguna editorial ni agencia encontró su lugar, aparqué el manuscrito en un cajón (en un armario, en realidad: los dos cuadernos, todas las copias impresas, el atril que me regalaron para exponer el primer ejemplar, las plumas que también me regalaron para firmarlo, incluso guardé el marco con un prototipo de portada). Dolía, no nos vamos a engañar. Dolía que más allá de familia y amigos, nadie compartiera mi entusiasmo. Había gastado todos los cartuchos y necesitaba aclarar la mente, así que me embarqué en nuevos proyectos: La noche nos alumbrará, entre otros.

Y en esas estaba cuando un amigo escritor me pidió leer El mar llegaba hasta aquí. Acabábamos de conocernos en persona después de más de un año de interactuar por las redes y saber el uno del otro por un amigo en común. Era Diciembre de 2013 y yo llevaba tiempo sin mandarle el manuscrito a casi nadie; se había convertido en ese hijo feo del que prefieres no hablar mucho. Pero a mi amigo se lo mandé porque después de charlar de Murakami y de otros gustos en común, pensé que si él no comprendía mi libro, quién iba a hacerlo. Se lo mandé y él lo leyó y me dijo muchas cosas, pero de entre todas sus críticas y sugerencias, bastó una frase suya para que todo cobrara sentido.

Muchos amigos que lo leyeron antes opinaban parecido, pero solo ahora que yo ya no aspiraba a nada (me había bajado del burro, si queréis), solo ahora comprendí que todos estaban en lo cierto, cada uno a su manera. Todo se puede mejorar y más importante: ahora sabía cómo hacerlo. Descubrí que podía cambiar algunos capítulos, incluso quitarlos, sin que la novela perdiera fuerza. Al contrario. Podé, reencaucé aquello que siempre estuvo ahí, potencié otros elementos ya presentes y antes de darme cuenta, todos los consejos anteriores confluyeron. En una novela, todos los elementos trabajan juntos. Tiene que ser así, tienes que hacer para que así sea. Por eso, cuando tuve la llave del timón, fue rápido. Un pequeño cambio en un capítulo daba sentido a los siguientes. Me volví a enamorar de algunas frases y encontré las que faltaban. Apenas me llevó una semana, y sin ordenador propio. Y así el manuscrito se convirtió por fin en novela. En la mejor novela que yo podía escribir aquí y ahora.

Han pasado dos años y medio desde que escribí sus primeras frases y El mar llegaba hasta aquí empieza a dar unos pasos diminutos que hace apenas unos meses no creía posibles. Por fin comprendo que todo el proceso fue necesario. Gracias a todos quienes han formado parte de él, de una forma u otra. Veremos en qué puerto toca recalar. Así pues, a los que estéis escribiendo, mi humilde consejo es: haced caso, escuchad bien. Permitid que os lean. Puede que no sea ahora mismo, pero algún día todas esas opiniones y todos esos consejos cobrarán sentido.

2 comentarios:

Ottavia dijo...

Completamente de acuerdo. Hay gente que teme enseñar su obra, pero creo que es necesaria. Espero empezar este proceso a partir de Semana Santa (había pensado al inicio del año, pero no he podido, entre oposiciones y cursos). Sé que será un proceso duro, porque te leo y me doy cuenta que sí, así es, pero creo que al mismo tiempo es una cura contra el ego y una ducha de autoestima.

Evidentemente, cuando leo esto, me acuerdo de una idea que leí hace tiempo en una novela (no recuerdo las palabras exactas) pero que venía a decir que cuando uno se embarca en una aventura, es mejor hacerlo acompañado. No es que yendo solo vayas a perderte, pero cuando dos personas se pierden, es más probable que encuentres el camino de vuelta. Más puntos de vista, más maneras de afrontar el obstáculo y, sobre todo, más posibilidades de aprender de la experiencia (de la propia y la ajena).

Espero tener la capacidad de escuchar cuando corresponda. Mientras, desde aquí te digo que no te rindas.

¡Un abrazo!

Alex Pler dijo...

Me ha gustado eso de embarcarse en una aventura acompañado. Hay que saber alternar los momentos de soledad (¡imprescindibles!) con las fases en que lo más sabio es escuchar, aprender, ver cosas que pasabas por alto.

¡Mucha suerte con tu proyecto! Un abrazo fuerte.

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